Maruja Mallo, una mujer libre

La personalidad de Maruja Mallo, su fuerza creativa, es fascinante, tanto como su vida. Nacida en Viveiro (Lugo), -su verdadero nombre era Ana María Gómez González-, se formó en la madrileña Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que se hizo con una fama de rebelde que ya no abandonaría en toda su vida.

Maruja Mallo fue surrealista, cuando decir surrealista era entonces solo invocar la máxima libertad de lo moderno, y amiga de Ortega y Gasset, André Breton, Ramón Gómez de la Serna Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Concha Méndez, María Zambrano, Rodolfo Halffter, Victoria Ocampo, Alberto Sánchez, Benjamín Palencia, Miguel Hernández o Rafael Alberti.

Formó parte de las llamadas “Sin Sombrero” que fueron un grupo de mujeres dentro de la “Generación del 27”, una generación de mujeres pintoras, poetas, novelistas, ilustradoras, escultoras y pensadoras de inmenso talento, que no solo gozaron en su tiempo de éxito nacional e internacional, sino que a través de su arte y activismo desafiaron y cambiaron las normas sociales y culturales de la España de los años 20 y 30.

Las Sin sombrero son Ernestina de Champourcín, María Teresa León, Concha Méndez,
María Zambrano, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Marga Gil Roësset y ella, Maruja Mallo.

Comienza a exponer y a moverse entre las vanguardias europeas en 1932. Comprometida con la República (formó parte de las misiones pedagógicas), cuando estalla la Guerra Civil, decide escapar del ambiente opresivo del país se exilia en Argentina, gracias a su amiga Gabriela Mistral, poeta chilena, en aquel momento embajadora en Lisboa.

Inicia así su largo exilio de más de veinte años, en los que vivirá entre Argentina y Uruguay, viajando también a Chile. Años intensos de relación con los artistas y escritores de América del Sur, entre los que alcanza un gran reconocimiento. A comienzos de los años sesenta regresa a España y se instala de nuevo en Madrid. La que fuera una de las grandes figuras del surrealismo de preguerra es casi una desconocida en su lugar de origen. Comienza una etapa tranquila y sosegada en la que sus obras tenían la frescura y vitalidad que la acompañaría durante toda su vida.

Su obra es escasa, debido a que brota de una exigencia extrema. Todas sus pinturas seguían una preparación minuciosa, con estudios previos y bocetos. Su carrera artística fue un continuo proceso de experimentación técnica y formal en el que, con voracidad, aprehendía los diversos movimientos artísticos que permearon el convulso y prolífico siglo XX.

Algunas obras pictóricas suyas son: La verbena (1928), La huella (1929), Sorpresa del trigo (1936), La red (1938), Cabeza de mujer (1941), Máscaras (1942), Naturaleza viva, Vida en plenitud (1943), El racimo de uvas (1944), Oro (1951), Agol (1969), Geonauta (1975), Selvatro (1979).

Maruja Mallo, aquella que en plena misa en el Real Monasterio de El Escorial se paseó montada en bici entre los feligreses; Maruja Mallo, aquella dama que, cuando Andy Warhol expuso en Fernando Vijande, se presentó allí para departir con el artista, que en cierta forma se dedicó a popularizar los logros de las vanguardias de los treinta en un mundo donde lo que prevalecía era ya la publicidad y el dinero. Aquella España que la vio nacer no estaba preparada para una mujer tan libre e independiente como ella.